Hay que hablar de depresión
- Patricia Rodriguez Lecaros
- 9 oct 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 14 mar 2022

Hablar de esta enfermedad es hablar del privilegio que es acceder a una cita con algún especialista de la salud mental en el Perú. A esta problemática, se le suma las características de la atención en un centro de salud público, que, en ocasiones, lamentablemente, tiene como consecuencia que el paciente deje de asistir a sus consultas, no siga con un tratamiento o, en el mejor de los casos, busque un consultorio de atención privada. Además, cada paciente tiene que llevar el peso del estigma que puede existir con respecto a los trastornos mentales.
Según el informe del Plan Nacional de Fortalecimiento de Servicios de Salud Mental Comunitaria 2018 – 2021, la relación de psiquiatras está en 1.4 por cada 100 mil habitantes, los cuales el 72.3% de ellos están concentrados en los hospitales psiquiátricos de Lima. En cuanto a psicólogos, la relación asignada es de 10 por 100 mil habitantes. Estas cifras corresponden al servicio de salud público, la cual resulta preocupante, pues significa que no todos los peruanos tendrán acceso a un derecho fundamental de la salud. En mi caso, felizmente, pude optar por el sector privado. Sin embargo, no fue de forma inmediata.
Primero, fui a sacar una cita en el Hospital Santa Rosa, ubicado en Pueblo Libre. Saqué la cita la primera semana de octubre del 2019, pero no fue hasta la primera semana de noviembre que me atendieron. Cabe resaltar que no es gratis, pues tiene un costo de 12 soles, pero es menos en comparación a un consultorio privado, el cual varía entre los 50 a 180 soles, según la investigación de la plataforma periodística Salud con Lupa, publicado en febrero de este año. En este punto también es necesario señalar que el seguro privado no cubre la salud mental. En la misma investigación de la plataforma, señalan que las pólizas de seguro excluyen los trastornos mentales, a pesar de que la ley de salud mental, promulgada en mayo del 2019, indica que debe de hacerlo. Esto no solo ocurre en Perú, sino en diversos países de América Latina.
En el Perú, según las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 4.8 de cada 100 habitantes sufre de depresión y, aunque, a veces me resulte difícil aceptarlo, soy parte de esa estadística. Sin embargo, no pude recibir tratamiento en el Hospital Santa Rosa, debido a la atención que se tuvo conmigo. Esperé casi un mes para mi esperada cita con la psicóloga. Cuando llegó el día, tuve que esperar cerca de cuatro horas sentada, pues se habían atrasado en atender. Al sentarme en el consultorio, entré en llanto y le confesé sin parar de todo lo que sentía, hasta que tuve que parar. Dejé de hablar y no porque me preguntara algo, sino porque la psicóloga estaba quedándose dormida. También, dejé de hablar, dos veces más, durante la consulta porque la interrumpió su supervisora para confirmar las fechas de sus vacaciones. Ambas se disculparon, claro. Gracias a esas interrupciones dejé de llorar, solo quería irme. Las citas no duran más de 20 minutos y casi al finalizar, la psicóloga me dijo “¿Y para qué has venido a esta consulta, Patricia?”
Salí de ese consultorio decidida a que iba a superar lo que sea que sentía yo sola. Pensé así hasta que tuve otros “cuadros”, donde perdía el control de mi ser, de mi llanto, del peso de mi cuerpo. Eran días en que yo quería salir de mi cama y empezar el día, pero sentía que no podía, y si lo hacía, ya era un logro para mí. Es por ello, que busqué ayuda profesional por segunda vez. Y es así como, en febrero de este año, me dijeron que tenía una enfermedad llamada depresión, que, según la OMS, es un trastorno mental que dificulta el desarrollo cotidiano de la vida. Lo sentí normal, pues uno piensa que pasa rápido con unas cuantas consultas o unas cuantas terapias. No, no siempre funciona así. Es una enfermedad y como tal, es necesario tratarla. Y me costó entender que no era simplemente leer unas cuántas frases motivadoras en redes sociales y sonreír. Según la publicación, “The Neurology of depression: an integrated view”, por Jason Dean y Matcheri Keshavan, publicado en el 2017, se discute sobre qué pasa en el cerebro de cada uno cuando tiene depresión. Y la conclusión, hasta el momento, es que cada persona es diferente y el tratamiento es independiente en cada paciente.
Hablando sobre lo que sentía a mis amigos y familiares, escuchaba frases como “Tú puedes”, “no te dejes vencer por eso “o “¡Dale! Fuerza de voluntad”. Y eso es el reflejo de los estigmas que existe con respecto a la enfermedad. Se confunde el término al pensar que estar triste es igual a estar deprimido y no es así. Como cualquier enfermedad, necesita tratamiento. Y podemos ponerlo así: la diabetes no se cura con frases y la depresión no significa solo estar triste. Agradezco las palabras y las frases, pero ya me las repetí más de una vez solo para levantarme de mi cama. Muchas veces parece que es algo más grande que yo y se siente como si todo se puede derrumbar, pero gracias a la información que he tenido el privilegio de obtener, sé que existen caminos para mejorar y medicinas que te ayudan a manejarlo, pero, lamentablemente, no se pasa de la noche a la mañana. Y no todos tienen acceso a seguir un tratamiento.
Por eso, hay que hablar de depresión, o de cualquier trastorno mental, porque existe mucha desinformación y diversos estigmas. Hay que hablar de salud mental porque es nuestro derecho.





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